Historiletras: Libro I. Capítulo V

sábado, 20 de julio de 2013

Libro I. Capítulo V

Lauro, junio del año 44 a.C.
Tito estaba inmóvil en su camastro. La muchacha, sentada al lado del herido, daba cabezadas adormecida por el sopor que causaba la tranquilidad y el silencio. En el altillo Sexto Petrus seguía sin dormirse y recordando el pasado, en Telo Martius.

Telo Martius, febrero del año 56 a.C.
Se recordó junto a sus compañeros, llegados desde todos los frentes de batalla y de múltiples provincias del imperio. Hablaban de sus respectivas tierras, de sus mujeres, de las batallas vividas, de la vida militar y los años de servicio. Hablaban de todo lo posible para no pensar en el desgraciado incidente que condenó a muerte a su compañero.
Mientras, el Primus Milo ordenó que se presentase ante él al optio equitum[1]. Éste era un oficial que, por sus pocas luces, no tenía muchas perspectivas de ascender más militarmente. Por eso llamó la atención de Milo. Era perfecto para utilizarlo sin arriesgar mucho en su plan. Se llamaba Aurelio Meno, y era una auténtica nulidad como militar. Su condición de optio equitum le vino por influencia de su centurión, que prefirió asignarle un puesto sin trabajo físico, antes que tener que arrestarlo constantemente. Era un hombre pequeño, física y mentalmente, y eso lo convertía en inmejorable para los planes de Manius Milo.   
      -¡Optio, siéntate! –le ordenó Milo.
      -¡A tus órdenes, Milo!
      -Necesito tu complicidad y lealtad. Tengo buenas perspectivas para ambos. ¿Hasta dónde puedo contar con tu apoyo, Meno? –le preguntó Milo.
      -¿De qué se trata?
      -Con Cinnianus muerto soy, de facto, el nuevo Prefecto. César no podrá negarse de ninguna manera a mi ascenso, pues he trazado un plan irrevocable. Con mi ascenso podré nombrarte centurión para pasar a ser mi lugarteniente, amigo. Ascenderás a centurión en breve, porque espero en breve que César me nombre Prefecto, y heredar todos los honores que tenía reservados para su primo Cinnianus. Entonces, recibirás el mando de éste acuartelamiento y abrirás las puertas para alcanzar lo que nunca imaginaste.
      -Ambicioso proyecto tienes. ¿Cómo será posible? ¿Cómo atraerás sobre nosotros la gracia de Julio César?  –le contestó Meno, dudando.
      -Tienes un pequeño precio que pagarme, Meno. Jurarás que en nuestra ausencia de ayer encontraste, sin tiempo para dar parte a Cinnianus,  una confesión escrita que debes preparar,  del reo a un compañero maldiciendo a Cinnianus, brindando por su muerte y proponiéndole un plan de asesinato. Todo tiene sentido. La ejecución del infeliz será anunciada a César, y él tendrá buena cuenta de nuestros servicios, primero por la ejecución de un espía, y segundo por vengar la muerte de su primo.
      -Pero…vas a ejecutar a un milite[2], no a dos. ¿Con qué compañero se supone que conspiraba? –preguntó Meno intentando meterse de lleno en la maquinación. 
      -Está perfectamente calculado. Escucha bien. En la emboscada que nos hicieron al regresar de Massilia murió un legionario. –le dijo Milo casi riendo.
      -¡No lo entiendo!
      -¡Por los dioses! ¡Ambos serían los conspiradores!, ¿no lo entiendes? Pero… gracias a la muerte de uno ayer, en la emboscada, ahora sólo tenemos el trabajo de desprendernos del otro. Al reo no le daremos la opción de explicarse con nadie. ¡Ese legionario es perfecto para asumir la otra mitad de la culpa! Con tu testimonio y el escrito no habrá lugar a ninguna sospecha. –sentenció Milo.
      -Pero, ¿César nos otorgará tanta distinción por ello?
      -No duerme creyendo en una rebelión en bloque de todo su ejército. Cualquier gesto de lealtad lo toma como un mérito heroico, y premia a sus oficiales para ganar su fidelidad, en mi presencia le ofreció a Cinnianus el cargo de pretor, y con él, el mando de una legión. Yo lo asumiré en su lugar, y tú serás Prefecto. La llegada de la Legión IX a las órdenes de Flavio hubiera supuesto mucha incertidumbre para mi carrera, pero ahora, con la muerte de Cinnianus, hay huecos que podemos cubrir nosotros, amigo.
      -Cuenta conmigo, ¡Acepto! –exclamó Meno, que con su ambición bien alimentada no tardó en ser convencido.
Ambos se quedaron un rato más poniéndose de acuerdo sobre el fondo y la forma de su terrible plan.

Con los recuerdos de Telo Martius, y sin llegar a dormir,  finalizó el turno de guardia de la chica, que se acercó a la trampilla del techo de la habitación, y subió al desván para levantar a Sexto.
      -¿Estás despierto? Tienes que levantarte.
      -Sí, ya voy. No he podido dormir –se puso en pie, y se interesó por la chica-. ¿Cómo te llamas muchacha?
      -Flavia. ¿Y tú?
      -Sexto.
      -¿Llevas muchos años a las órdenes de mi tío? –le volvió a preguntar ella señalando al herido.
      -Sí, unos quince. Con sus malos momentos y con sus buenas anécdotas.
      -Mi tío es un gran hombre, seguro que debes apreciarlo. ¿Me contarías alguna anécdota? –le preguntó Flavia, sentándose en el baúl arrimado a la pared, e intentando crear ambiente familiar para Sexto.
      -Claro. Recuerdo cuando me reclutaron y me llevaron a Saguntum. Estábamos formados en el patio de armas cuando hizo entrada tu tío, el legado Tito Flavio, a supervisar el reclutamiento. Llegaron también dos legionarios con un cautivo especial: un caballo. Un animal extraordinario, auténtico pura sangre hispano. El caballo más espléndido que he visto en mi vida. Nadie conocía que era mío, pero sí se fijaron todos en que no era del cuartel, que lo habían capturado.  El animal estuvo siguiéndome hasta allí, donde fue visto y capturado.
Inquieto por verme y no poder liberarse de sus ataduras, y empezó a relinchar brutalmente como si lo estuvieran matando. Tito, confiado en calmarlo se acercó para acariciarlo, pero esto lo enfureció más todavía.
Tito desistió, y creyendo que sería divertido, nos lanzó un reto, ¡Quien consiga montarlo y dar dos vueltas al patio, se lo queda, y servirá a Roma como équite! Era una oportunidad tentadora, los équites son el cuerpo militar más prestigioso y sólo está al alcance de aquellos que pueden pagárselo, pues siempre se ha reservado a nobles y es trampolín para carrera política. Seguidamente se removieron una docena de voluntarios que se empujaban por ser el primero en probar. Uno tras otro caían de él, y algunos no conseguían ni montarlo. Mientras, Tito y yo nos divertíamos mucho, él esperando a alguien que lo consiguiese, y yo esperando ver cuantos tontos iban a seguir intentándolo. Finalmente no quedó ningún voluntario, y antes de que Tito dijera una palabra, salí yo. “¡Permitidme probar!”, grité. A lo que él me hizo un gesto con la mano invitándome a hacerlo, con la sonrisa de quien cree saber lo que iba a ocurrir. Me acerqué sigiloso, y haciendo una gran pantomima, lo acaricié y le di dos palmadas. Seguidamente lo monté y realicé las dos vueltas al patio, al tiempo que recibía vítores por mi hazaña.  Tito me felicitó y ordenó que me lo asignaran. Yo conseguí reconocimiento, y nadie supo nunca que el caballo ya era mío.

La muchacha se divirtió mucho con la anécdota, la cual logró crear ambiente de proximidad y confianza entre ambos. Luego siguieron hablando un buen rato, y Sexto le contó que tanto él como Vibio Baro, eran centuriones de caballería, pero servían personalmente a Tito como centuriones pretorianos.
Tenían el mando de una turmae, que constaba de 30 équites, a su vez dividida cada una en tres contubernos, comandadas por un decurión cada una.
No deseando entretener más a Flavia, la envió a descansar.
      -Vete y descansa tranquila. Si ocurre algo ya te aviso.

Flavia se fue a dormir sin decir ni una palabra más y Sexto quedó junto a Tito haciéndole guardia, no acertando ni a permanecer sentado ni de pie, sino que deambulaba por la estancia mostrando nerviosamente su preocupación.

El Legado Tito, legado propretor de Hispania y Aquitania era un personaje de inmensa talla e influencia. Su muerte era capaz de desencadenar unos efectos realmente catastróficos, pues después del asesinato de Julio César, él era una pieza clave para asegurar que la herencia del César recayera sobre su sobrino Octaviano, y de su figura dependía buena parte de la cohesión de los territorios occidentales.
A Tito le eran fieles varias legiones, y su muerte podría ser abono perfecto para que se desencadenara una desbandada total, al perderse el control en su área de influencia, alimentando el ansia de poder de los rivales de Octaviano. En especial de los más poderosos, Marco Antonio y Lépido.
Por otro lado, Tito tenía también el reconocimiento del pueblo. Tanto él como su hermano Quinto habían luchado junto a Sertorio por los derechos de las provincias. Todo ello le confería un extraordinario poder político y militar que podría haberlo enfrentado a Octaviano, Marco Antonio y Lépido en búsqueda de su propia gloria personal. Todos conocían éste detalle, y por ese mismo temor había sido llamado a consultas por Octaviano.
La espera de Sexto por la llegada de sus hombres iba a ser difícil. Tenía el temor de que los atacantes de Tito llegaran a descubrir pronto su ubicación, y ya pudieran estar cerca.


Vibio Baro llegó a la zona de acampada donde su turmae, y la de Sexto, le esperaban.
Dos legionarios salieron a su encuentro, uno para recogerle el caballo y el otro para recibir sus órdenes inmediatas.
Vibio se apeó y se dirigió directo a su puesto de mando.
      -¡Legionario, avisa a los decuriones de mi llegada y convocalos en mi tienda! –le dijo a uno de ellos, girando la cabeza hacia él mientras caminaba.
Al momento, sus tres decuriones, y los tres de Sexto, se presentaron en la tienda:
      -¡Ave, Vibio Baro! -le saludaron todos a la vez, y lo interrogaron-. ¿Lo has visto? ¿Está vivo? ¿Tienes órdenes?
      -¡Ave! Tito vive... al menos por el momento, pero está muy grave. No hemos podido saber de su boca lo que aconteció en su visita a Roma, pero Octaviano lo mandó escoltar, de vuelta, con su propia guardia pretoriana, y traía bastante documentación que he de revisar. –les explicó Baro.
      -Pero… ¡la situación es muy peligrosa! ¿No deberíamos protegerlo con más hombres?  –preguntó uno de los decuriones.
      -Está oculto en una cabaña de su hermano, y está al cuidado de su sobrina. Seguro que fueran quienes fueran sus agresores, si queda en pie alguno, lo seguirán buscando, pero dudo que lleguen a su escondite –dudó un momento de sus palabras-. No obstante ordenaré a los hombres de Sexto que se dirijan a recogerlos, y en cuanto Tito se recupere, ¡quieran los dioses que sea pronto!, que regresen a Saguntum. –dijo Vibio Baro.
      -¿Y bien, Vibio, cuáles son tus órdenes?
       -Al alba levantaremos el campamento y volveremos a Saguntum. Pronto los oficiales de todas las legiones fieles a Octaviano recibiremos las órdenes de Tito. Podéis marcharos. –ordenó Baro.

Cuando los seis decuriones abandonaron el puesto de mando, Baro se sentó en su escritorio y abrió el pequeño cofre de madera con los documentos de Tito, en los que se detallaban perfectamente los deseos de Octaviano de consolidar el triunvirato en alianza con Lépido y Marco Antonio para no desencadenar otra guerra civil, y de partir hacia Macedonia en busca de Bruto y Casio, los asesinos de Julio César. Pero además, Vibio encontró las órdenes y un documento que, de ninguna manera, esperaba.
Era una carta manuscrita por Milo, en la que se leía:

“De Manius Milo para Sexto Pompeyo.
Apreciado amigo,
Tu padre, el para siempre Pompeyo el Grande, y yo, sellamos una alianza involuntaria e invisible, que el azar guió y que su muerte no ha invalidado. Su ambición por erigirse dictador, aniquilando a Craso y a Julio César, la has heredado tú contra Octaviano, Marco Antonio.
Te confieso, amigo, una parte de mi pasado que desconoces tú, al igual que desconoce el mundo entero.
Asistí en Lucca a la reunión de Pompeyo, Craso y Julio César con el Senado. Allí, por un millón de denarios, me uní a los intereses de Craso. Nuestro plan oculto era renovar la imagen del triunvirato para no despertar sospechas, al tiempo que acabar con tu padre y con Julio César buscando sus descuidos. Todo en pro de un proyecto magno planeado con gran número de Senadores: la consolidación de una república de optimates, con Craso como dictador perpetuo, y yo con el control supremo del Senado.
Conspiré día a día de la mano de Craso, y con su dinero no me fue difícil entrar en la política. Conocí a varios de los Senadores más influyentes del partido de los optimates, y de esa relación nació un ardid perfecto para darle ventaja a Craso en relación con sus dos adversarios: asesinar a Julia, hija de César y esposa de Pompeyo el Grande, tu madrastra. Su asesinato era elemento suficiente para terminar por distanciarlos para siempre, y más con su rivalidad directa por conseguir la ambicionada condición de dictador. Craso, por su parte, manteniéndose al margen de una guerra directa entre los otros, tendría tiempo de ir aumentando su influencia. La muerte, por envenenamiento, de Julia llegó en el momento menos sospechoso: en el parto de tu hermanastro, quien también murió a los pocos días.
Los dioses retorcieron el destino y quisieron que Craso muriera en la batalla de Carras. Para mí no supuso ningún trauma, Craso no hubiera podido alimentar mis ambiciones porque tenía tantas para sí, que no le hubieran alcanzado para repartirme.
Era hora de buscar otra alianza que me permitiera ayudar a exterminar a los populares y me diera el poder del Senado. Mi trato con Craso me benefició de su influencia por su pasado en los negocios y en su éxito militar contra la rebelión de Espartaco. Ahora yo tenía que sustituir el hueco dejado por él.
Con la inmensa fortuna que me entregó no me fue difícil inmiscuirme en los proyectos de los optimates para buscar la caída definitiva de los populares y de Julio César, en particular y, en prioridad absoluta. Desde la sombra estaba protegido y, a la vez, guiaba los discursos de los optimates. De ésta manera influí para incrementar los poderes de tu padre y que la Guerra Civil fuera inevitable. Después de la derrota de Farsalia, y muerto tu padre en Egipto, solo restaba la muerte de Julio César para la completa renovación del poder de Roma. Conseguiríamos, sin César, la aniquilación de todos los populares y un nuevo orden político, sólo de optimates. La herencia de César ha resultado ser tan suculenta que le surgen sucesores que pretenden perpetuar sus objetivos de aniquilar al Senado. Ahora está todo preparado para que tú, Sexto Pompeyo, pactes con Lépido un reparto de poder. No tengas en cuenta la rivalidad de vuestros padres, y aprovecha su posición para hacerte fuerte.
Hay que conseguir que el testamento de César nunca recaiga ni sobre Marco Antonio, ni sobre su sobrino Octavio[3].
Influí en Bruto y Casio Longino para urdir y ejecutar el asesinato de César, y así lo hicimos según lo planeado, pero difamamos el nombre de Tito para que llegara a Octavio el rumor de que estaba, de lleno, metido en la conspiración.
Muerto el dictador, Roma estaba ya lista para ser heredada. ¿Por quién? ¿Marco Antonio, Marco Emilio Lépido, Octaviano, o… por ti?
Octaviano les ofrece un triunvirato que no podemos consentir. Su triunfo es la muerte de la República. Todo está listo para que una alianza entre Lépido y tú termine triunfando y destruya toda posibilidad de dictadura de Antonio u Octavio. Otra guerra civil estallará y, en ésta, no cometeremos los errores anteriores, ni los míos, ni los de tu padre. Mantén, junto a Lépido, una posición neutral. Acaparar fuerzas para buscar el mejor momento de debilidad entre Antonio y Octaviano y, sólo entonces, entraremos con nuestras legiones en Roma. ¡Roma  será por siempre una República de optimates!
Ahora, descubierta mi obra, reclamo tu reconocimiento. Pero todavía quedan enemigos que derrotar.
Tu padre luchó en Hispania contra Sertorio y contra alguien que puede hacer que nuestro plan se derrumbe: Tito Flavio.
Tito, Legado de Roma y Gobernador de dos de las más importantes provincias occidentales, es  fiel a Octavio como lo fue a su tío Julio. Tiene influencia sobre todas las legiones occidentales, y es hermano de Quinto, e hijo de Marco Flavio, lugarteniente de Sertorio.
Con su muerte se romperá el nexo de unión entre todo el ejército occidental y se nos abrirá un pasillo directo a Roma. Busca la neutralidad con los triunviros, pero absorbe las fuerzas que deje Tito Flavio.
Octaviano y Marco Antonio parten hacia Macedonia en persecución de Casio y Bruto, por el asesinato de César. He sembrado el rumor de que Tito estaba implicado en  la conspiración, y Octaviano lo ha reclamado. Tito ha acudido, de incógnito, a su llamada, y yo, con mi legión de mercenarios lo he interceptado para ofrecerte su cabeza. ¡Ahí tienes lo que queda del enemigo de tu padre!
Alejados Marco Antonio y Octaviano, y muerto Tito, sólo tienes que barrer toda resistencia desde Hispania y lograr una alianza con Lépido. Pacta con Lépido ya, aprovecha la situación, tiempo habrá de hacernos cargo de él cuando triunfemos.
Si juegas bien, amigo: El Imperio es tuyo, y Roma, mía.
Firmado: Manius Milo”

-¡Por todos los dioses! ¡Milo, canalla! –exclamó Vibio Baro en voz alta, de manera  irreprimible.
Vibio supo que Tito era más necesario ahora que nunca. ¡Precisamente ahora, que estaba en peligro de muerte! Por lo menos, tenían una baza: Tito había interceptado la carta de Milo a Pompeyo, y les daba cierto tiempo para planear los movimientos. Había algo que podía inclinar la balanza, y era el respeto mutuo entre Tito y Lépido. Los planes de Milo no fructificarían mientras él estuviera con vida. Con su muerte, Lépido podría girar como una veleta.
El cansancio pudo con Vibio, leyó las órdenes que Tito había incluido entre sus documentos, y desfalleció. El día siguiente había que empezar a diseñar y poner en marcha un asombroso plan.




[1] Oficial asistente del centurión de caballería.
[2] Soldado.
[3] Véase nota número 3.

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