Historiletras: Libro I. Capítulo III

miércoles, 10 de julio de 2013

Libro I. Capítulo III

Telo Martius[1], febrero del año 56 a.C.
Sexto Petrus, en uno de sus incontables viajes, estuvo destinado en el acuartelamiento de Telo Martius, en la Galia Narbonensis[2], con la primera cohorte de la Legión IX. No era normal acuartelarse en plena campaña bélica, sino que lo normal había sido, hasta el momento, estar de combate en combate por la Galia, en la cual Julio César había puesto casi toda su atención.
El acuartelamiento de Telo Martius no era permanente. Se instaló para reorganizar a las cohortes mermadas en la guerra, y era frecuente que cohortes de legiones distintas se fundieran para luego ir a distintos destinos. Eso sí, todas a las órdenes de Julio César. Casi hacía dos años que fue reclutado cerca de Saguntum, y en ese tiempo se había incorporado al grueso de su legión, y había combatido en la Galia. Ahora, allí, esperaba la vuelta al frente de batalla, como decurión de caballería al mando de 10 équites, y bajo las órdenes del centurión Cayo Justo Poncianus, jefe de su turmae[3].
El cuartel estaba muy removido por un hecho que causó gran conmoción, y el ánimo de la tropa estaba, literalmente, por los suelos. Por todos los lados habían grupos de legionarios formando corrillos, holgazaneando y sembrados por todo el patio de instrucción.
A un lado del patio, y al costado de las tiendas, había preparado un patíbulo de madera, no muy grande, de unos doce por quince pies, y  al que se accedía por cuatro escalones. En su centro había un poste, de seis o siete pies de alto. Junto al poste había una pequeña mesa con cuerdas y una vara de sarmiento, elemento muy utilizado por la legión para fustigar a los reos.
Nítidamente recordó como en compañía de otros legionarios aguardaban en aquel patio al castigo de un compañero, acusado de asesinato. Su delito fue dar muerte al Prefecto. Todos los testigos sabían que había sido un accidente fortuito, en un lance de guerra, pero el Primus pilus, que estaba al mando en funciones, fue implacable. Vio la oportunidad de conseguir el favor de Julio César y la posibilidad real de un ascenso a Prefecto. Enseguida tuvo planes al respecto.
El Primus pilus era el centurión de la primera centuria de la primera cohorte, y por encima de él sólo estaban el Praefectus castrorum, y el Legado. Era un puesto con gran poder de mando, pero insuficiente para saciar el hambre de su titular.
Todo el desasosiego que reinaba en el acuartelamiento había comenzado con la llegada de un mensajero, en una mañana espléndida. El viento de los últimos días había amainado por completo y la temperatura parecía más propia del periodo ver que del hibernum. Un legionario de guardia, en lo alto de una torre de la porta praetoria[4] avisó de la llegada de un jinete. Inmediatamente se abrió el portón dando entrada al mensajero.
 Se apeó del caballo, y sin atender nada ni a nadie gritó:
      -¡Traigo un mensaje urgente de Julio César para el Prefecto Lucilio Julio Cinnianus!
Cruzó, escoltado por dos legionarios, toda la vía praetoria, cruzándose con cientos de soldados atareados con sus quehaceres. Al cabo de un rato llegó al praetorium[5], donde lo hicieron esperar un instante.
      -Aguarda a que pasemos aviso de tu llegada. –le dijo uno de sus escoltas, mientras el otro entró a la estancia de Cinnianus.
      -¡Prefecto, tienes mensaje urgente de César!
El Prefecto estaba en su escritorio, revisando mapas, haciendo anotaciones y preparando unas maniobras para probar las nuevas máquinas de asedio. A pesar de sus cincuenta años ya cumplidos, era un hombre todavía muy vigoroso. Un militar nato, afable, apreciado por todos los hombres, y el mejor Praefectus castrorum del Legado Tito Flavio, y su lealtad era muy valorada por su primo Julio César. De haber hecho carrera política, sin duda que sería Legado, al mando de su propia legión.
Transcurridos unos segundos desde el anuncio, giró la cabeza hacia el legionario y lo miró esperando que le informasen del contenido del mensaje:
      -¿Y bien…, qué dice? ¿Dónde está el mensaje?
      -¡Señor, está fuera el mensajero que lo trae! – le contestó el legionario.
      -Bien…bien, entendido. Hazlo pasar.
El mensajero entró de inmediato y saludó al Prefecto, alzando el brazo enérgicamente.
      -¡Prefecto, traigo orden de Julio César convocándote a audiencia!
      -César está inquieto, ¿eh? Ya  me citó para la última calenda[6]. –dijo Cinnianus realmente preocupado por la urgencia de una nueva reunión con Julio César.
       -César está convocando a todos los mandos de sus legiones, cohorte a cohorte. Las fuerzas de provincias en Italia, Sicilia, Corsica, Sardinia, Germania, Noricum, Pannonia, Dalmatia, junto con las de la Galia e Hispania están siendo avisadas. César desea convocar a todos los mandos, pero la orden que traigo hoy es sólo para ti, Prefecto. –le contestó el mensajero.
      -Julio César está convocando a todos sus generales y oficiales… en mitad de la campaña contra los galos…Sin duda debe tratarse de algo grave. -dijo Cinnianus, esperando que el mensajero le diera más información.
      -Señor, conozco vuestro servicio a Roma, y sé que sois primo de Julio César, y que os tiene en gran estima como amigo y como consejero. Hay indicios de que tanto Pompeyo como Craso están preparándose para una guerra civil.
      -Está bien. Puedes marcharte –se volvió de espaldas, se paró y luego volvió a girarse-. Ah, y confirma al César mi llegada a Massilia[7] mañana al atardecer.
Seguidamente, Cinnianus hizo llamar al Primus pilus, su lugarteniente, llamado Manius Milo. Era un hombre detestable y cruel, cargado de ambiciones y envidias, capaz de castigar con sus propias manos a los legionarios, desgarrándoles las orejas. No era querido por nadie, pero tantos años en el ejército lo habían llevado hasta una posición muy cómoda, que utilizaba para dar rienda suelta a su maldad, aprovechándose del pánico que los legionarios le tenían. 
      -Milo, ordena que se prepare una turmae para escoltarnos mañana a Massilia.
Milo salió enseguida de recibir la orden y se dirigió directamente en busca de Cayo Justo Poncianus. Era, sin duda el mejor centurión de caballería que había en Telo Martius.
      -Poncianus, dispón de tus decuriones y ten lista tu turmae para una escolta a Massilia mañana, al alba.
      -A tus órdenes, Milo. –contestó Poncianus, y se fue directamente a convocar a sus cuatro decuriones, y entre ellos a Sexto Petrus.   

Al día siguiente todo estaba listo para partir. El viaje era de algo menos de cuarenta millas, y por eso el grupo no llevaba más carga de lo necesario para una jornada tranquila a marcha de paso.
El viaje de ida pasó sin novedades destacables, tan sólo hubieron dos breves paradas de descanso para abrevar a los caballos.

César, en Massilia, preparaba junto a Lucio Cornelio Balbo las líneas de su política, y de sus campañas.
Julio César deseaba evitar la confrontación militar y, con asistencia de Balbo, había propuesto una reunión secreta con Craso y Pompeyo. Se trataba de acordar el apoyo mutuo para la renovación de sus cargos, facilitando así la aprobación de leyes convenientes, y acotando la voluntad del Senado. Pero Julio César, además, buscaba la caída de la República.
      -Julio, ¿recuerdas Gades[8]? ¿Recuerdas tus lamentos? –le preguntó Cornelio Balbo.
      -Lo recuerdo, Lucio. ¡A diario! ¡Mi gloria jamás será comparable a la de Alejandro Magno!
      -¡Te equivocas al compararte! Alejandro recibió un importante legado de su padre, Filipo, mientras que tú nada has heredado. ¡Es ahora cuando debes luchar por alcanzar la gloria! Tu cursus honorum[9] es envidiable: flamen dialis[10], Legado, Pontifex maximus[11], cuestor[12], praetor urbanus[13], cónsul.
      -Siempre logras animarme, Lucio. Pero, dime, ¿qué he conseguido? ¿Acaso soy rey?
      -No, Julio. No lo eres.
      -Entonces, debo serlo, como Alejandro.
      -Sólo los dioses conceden tal honor. Y los dioses, por ahora, aman a la República.
      -¿A quien deberían escuchar más los dioses,  que al Pontifex maximus? A ellos les imploro mi gloria, y les prometo unas celebraciones jamás ofrecidas por nadie en cantidad y devoción, para festejarla. ¡Nuestra República es decadente y, como tal, también lo es Roma! ¡Cuan mayor sea la grandeza de Roma, más grandes podrán ser sus hijos! ¡Roma necesita de César!
      -Ahí puede estar tu triunfo, Julio. Mientras Pompeyo y Craso buscan gloria personal y fortuna, tú deberías buscar la grandeza de Roma. El pueblo alabará tus éxitos, y tu imperium[14] crecerá  todavía más. Serás el favorito del pueblo, y la República se postrará ante ti, esperando tu sentencia.
      -Craso y Pompeyo serían durísimos rivales ante mi gloria, Lucio.
      -No busques confrontación. La reunión en Lucca está convocada, y ellos han confirmado asistencia. Diles lo que quieren oír, y favorece su reelección como cónsules. Ellos, como contraprestación, deberán favorecer tu renovación proconsular por un lustro más. Recuérdales que en “el año de Metelo y Afranio” vuestros intereses ya consiguieron una fructífera alianza que no tiene porqué caducar. 

La situación de temor y envidias mutuas entre Pompeyo y Craso, y de ellos hacia César, estaba multiplicada por el recelo del Senado. Los más brillantes políticos del Senado entendían el peligro del triunvirato[15] firmado por ellos tres. Un triunvirato secreto, que lo era “a voces”.
La estabilidad política del Imperio se tambaleaba por la ambición de unos y otros, y era muy preocupante para César, puesto que temía una guerra civil que lo privase de su imperium, y estaba obsesionado con ello. Pompeyo y Craso, los otros dos pilares del triunvirato, ya habían dado signos de enemistad común, y con él. La estabilidad político-militar era cuestión de tiempo que se viniese abajo. Se hizo imprescindible la convocatoria de la reunión de Lucca, bien ideada por Lucio Cornelio Balbo, pero con resultado aún incierto.
La confidencia y lealtad de los oficiales de César le permitía sopesar su fuerza ante la real y nefasta posibilidad de confrontación civil.

A la hora prevista estaban Cinnianus y Milo a las puertas del praetorium de Julio César. Enseguida se hicieron anunciar, y mientras la escolta quedó con los caballos, el Prefecto Cinnianus y el Primus Manius Milo fueron conducidos ante el procónsul[16].
-Mi fiel Lucilio, amigo. La guerra civil puede ser inminente. Tengo la seguridad de que el enemigo se está organizando, y tiene espías repartidos por todas las guarniciones de mi ejército. El poder de los optimates no sólo no merma, sino que suman adeptos en el Senado y tienen decidido exterminarme con una confabulación global, económica, social y política. –Se detuvo un instante para meditar-. Están poniendo al mismo pueblo de Roma en mi oposición, y debemos emplearnos a fondo. Un mínimo descuido y estamos perdidos. Roma no sobrevivirá sin César, y para eso necesito del leal apoyo de todos mis Legados  y sus oficiales. Vigila bien vuestras filas, y aguarda mi llamada. Cuando ésta se produzca, tener calientes vuestras armas, y frías vuestras tripas, pues de ello dependerá vuestra vida.
      -Mis hombres te tienen lealtad, César. Absoluta lealtad. Ten por seguro que cualquier indisciplina será considerada como traición, y como tal se sancionará. Siempre a tus órdenes, y siempre dispuestos. –respondió Cinnianus.
Julio César expresaba satisfacción, y miraba con gran aprecio a su primo Lucilio. Lo cogió del hombro, y le dijo:
      -Estoy falto de tu consejo. Te empeñas en seguir tu carrera militar, alejándote de mi presencia. Lucilio, tu sitio ahora está aquí, en mi asistencia directa y personal. Deseo convocar a mis legiones más fieles para prevenirlos ante la guerra, y necesito tu compañía para trazar todo el planteamiento. ¡No me obligues a ordenarte que te quedes!
      -No, César. Mi consejo, te será igual de útil estando tanto a tu derecha, como a tu izquierda. Soy militar, y como tal quiero servir a Roma. Siempre fiel a Roma,…pero desde mi caballo. –le respondió Cinnianus, mientras César casi hacía como que no lo oía. Y en cuanto pudo, lo interrumpió.
      -Todo lo tengo dispuesto. En Roma, tu hija me presta servicios de enlace con Vibio Baro. El muchacho está en casa de Sila, sólo tenemos que esperar a que nos informe de los planes inmediatos del Senado, y en particular de los optimates. Por otro lado, he convocado a todo lo que queda de la legión IX en tu guarnición de Telo Martius. Llegará en unos días desde Hispania, con el mismo legado Tito Flavio al frente. Las fuerzas reordenadas en Telo Martius se sumarán a su legión. Tú dejarás a Milo al mando del cuartel, donde no quedarán más de doscientos hombres, y me acompañarás a Lucca, escoltados por Tito. He convocado una reunión con Pompeyo y Craso, donde pactaremos la renovación de consulados, y entre mis designaciones, tengo previsto tu nombramiento como pretor[17]. No quiero descuidar mis campañas en la Galia, y te necesito -agravó su tono y su mirada-. Es irrevocable e incontestable. Reorganiza el mando de tu cuartel en espera de la llegada de Tito Flavio, y regresad aquí cuando se produzca.
      -¡A tus órdenes, César! –contestó Cinnianus, más servicial que disgustado.
Milo, por su parte, que no había hecho ni un movimiento desde su presencia ante Julio César, denotaba satisfacción. Que Cinnianus le dejara al mando del cuartel podía ser el servicio perfecto para ascender de Primus pilus a Prefecto.

La audiencia no se prolongó mucho más. Cinnianus y Milo saludaron al procónsul y salieron del palacio.
Manius Milo era un hombre de apariencia ruda, de origen plebeyo. No tenía rasgos latinos, sino que más bien su escaso pelo rubio delataba su procedencia del norte. Tenía una mirada muy dura, se diría que cruel, y parecía un buen militar, de hecho, se necesitaba toda una vida de servicios y honores para llegar a su posición de Primus pilus.
Al momento, estaban dispuestos para volver al acuartelamiento. El séquito formó rápidamente sus caballos, y todos marcharon al trote.
A menos de cinco millas de su cuartel, en noche cerrada,  fueron emboscados por una banda de salteadores que buscaban el botín de los impuestos recaudados. Un botín que nunca debieron pretender, pues no existía en esta ocasión. Enseguida comenzó una lucha totalmente desigual, pues a pesar del mayor número de efectivos por parte de los incautos bandidos, más de sesenta, la preparación bélica del ejército romano no tenía rival. En uno de los lances de la lucha un legionario consiguió arrebatar una ballesta al enemigo, y viendo como otro tenía en su punto de mira al Prefecto, con un excelente alarde de reflejos disparó contra el salteador. La mala fortuna quiso que, en el mismo instante, aquel joven legionario recibiera una terrible coz en el hombro, propinada por uno de los caballos desconcertados en el centro de la disputa. El golpe fue nefasto. La ballesta se disparó contra el Prefecto impactando de lleno en su cráneo. En unos pocos segundos más, de confusión y sangre, la pelea acabó. El muchacho, todavía sin saber bien lo que había sucedido, estaba maltrecho en el suelo. Sus compañeros iban rematando a los heridos, y el Prefecto, que había caído de su caballo, yacía junto a un único legionario que murió. 
El Primus, Milo, reaccionó de inmediato, su brillante astucia le iluminó la mirada, y mostró una cínica sonrisa.
      -¡Apresad al traidor! –gritó, dejando a todos confusos-. ¡Ha asesinado al Prefecto! ¡Detenedlo, ha sido él!
      -Pero… Milo, ha sido un lance de la batalla. ¿No lo habéis visto? –dijo Sexto Petrus.
      -¡Es una orden! ¡Apresadlo! – volvió a gritar.
Nadie pudo hacer nada. Todos sabían que, con Lucilio muerto, Manius Milo iba a ser el dueño de sus vidas, y una ligera discrepancia con él sería tomada por indisciplina. Delito tremendo para un legionario.
Milo vio su oportunidad muy clara: muerto Cinnianus, por rango, le corresponderían a él todos los honores que le había prometido César a su primo.

Ya en el cuartel, encerraron al muchacho en una jaula de madera. Estaba desolado por lo ocurrido, y además la coz le había partido la clavícula, por lo que sus gestos de dolor eran terroríficos.
Se dio orden de ayuno para el reo, al cual mantuvieron aislado sin ni siquiera agua, encerrado como una bestia.
Todo el cuartel hervía por el abatimiento y la impotencia. No faltó la idea de motín, que se hubiera podido dar ante tal injusticia en cualquier otra localización más recóndita, pero no tan cerca de Julio César. No con su  primo  muerto.




[1] Nombre romano de Tolón.
[2] Provincia romana del sureste de Francia con capital en Colonia Narbo Martius (Narbona)
[3] Escuadrón de caballería de treinta jinetes, a las órdenes de un decurión.
[4] Puerta principal.
[5] Habitación o espacio ocupado por el mando.
[6] Primer día de mes. También utilizado referido a periodos mensuales.
[7] Nombre romano de Marsella.
[8] Nombre romano de Cádiz.
[9] Carrera política.
[10] Alto sacerdote del dios Júpiter.
[11] Máximo cargo religioso romano.
[12] Magistrado menor que pretor, con atribuciones fiscales.
[13] Juez para asuntos entre ciudadanos romanos.
[14] Conjunto de honores que confieren poder público.
[15] Gobierno ejercido por alianza entre tres.
[16] Magistrado, por delegación del cónsul, para la administración de una provincia.
[17] Magistrado romano de rango inmediatamente inferior al cónsul.

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