Historiletras: junio 2013

lunes, 24 de junio de 2013

Libro I. Capítulo I

El Libro I de la trilogía "Lynx Bellum" comienza con una frase que estuvo encerrada en un cajón durante veinte años.
En aquel momento inicial, sin tener ni idea del tema de mi novela, me dejé llevar por sentimientos dramáticos, tal y como se deduce de su lectura. Aparece un hombre destrozado por severas heridas, y pocas líneas después la historia se interrumpe por cuatro lustros, olvidada por motivos laborales. Los mismos motivos, pero inversos, son los que permitieron que dedicara el tiempo necesario para concluir la novela, retomándola con el mismo sentimiento dramático que ya se leía en ella. No me costó nada reemprenderla con soltura, tan sólo el tiempo en el que se me ocurrió buscarle un lugar a mi localidad de residencia, Llíria (Lauro romana), en uno de los capítulos más intensos de la Historia: El fin de la República romana.
De éste modo, puse lugar y fecha para la acción, y la historia comenzó como sigue a continuación: 

EL FIN DE LA REPÚBLICA
Capítulo 1


Lauro[1], junio del año 44 a.C.
Postrado, mutilado, y desencajado por el dolor de las heridas, aquel hombre miraba hacia la ventana. No tenía noción de dónde estaba, ni de quién era.
Yacía en decúbito supino, rígido, con el brazo derecho sobre el pecho y el izquierdo pegado al tronco.
Sólo veía un poco de cielo, blanquecino por las espesas nubes que lo manchaban, pero él imaginaba estar contemplando una panorámica mucho más vasta y despejada. Creía estar rodeado por el mar, y sobre éste, un cielo nítido y cálido de un tono celeste oscuro impecable. Giraba sobre sí mismo trescientos sesenta grados, y sólo veía la perfecta línea del horizonte, con el sol en su cenit.
De repente, como causado por el mareo de su giro imaginario, empezó a alucinar con imágenes que, a modo de destello, le iban surgiendo de sus recuerdos más profundos. La sedante visión del mar en calma con un horizonte llano y azul se esfumó al emerger unas imponentes montañas de nevadas cumbres y abruptos precipicios, cuyas faldas estaban tejidas con espesos bosques de abetos, con una bella combinación de verdes que, en contraste con el marrón de la tierra y el blanco de las nieves perpetuas, componían una hermosísima estampa. Más abajo, en la llanura, el cielo se reflejaba en el agua cristalina de pequeños lagos, y alrededor de éstos, manadas de caballos pastaban en las praderas.
Súbitamente, emitió un gemido de dolor, e instintivamente una subida de adrenalina le tensó los nervios, al tiempo que llevó su brazo derecho hasta el hombro izquierdo. Se vio caído en el suelo con la espalda mojada por la hierba, los cabellos y el sudor le provocaban un terrible escozor en los ojos, y se oían gritos de lucha. En su hombro había una flecha clavada muy profunda. Recordó un pie pisándole el pecho, y dos brazos estirando de la flecha, la cual salió con tanta energía como dolor le dejó. Esta última imagen fue superior a sus fuerzas y, con una fuerte exhalación, quedó inconsciente.
Los rayos del sol le incidían directamente en su cara, y se apreciaba una expresión severa, de gran dureza de rasgos. Su, más bien, avanzada edad le había configurado su nariz y orejas de una talla notable, hasta el punto de darle un aspecto algo grotesco. Sus ojos, ahora cerrados, eran tan verdes como la esmeralda, y daban fuerza a la expresión dura que ofrecía el conjunto del rostro. Lucía una canosa barba de muchos días, y cabellos grises. 
Su piel era dura, con arrugas muy pronunciadas en la frente y alrededor de los ojos. Sus labios resecos estaban cortados, y en sus comisuras se apreciaba la saliva blanca, espesa y reseca del que ha padecido deshidratación. En sus manos recias y escamosas aparecían unos dedos agarrotados, totalmente inmóviles. La tensión que soportaba su cuerpo, por sus múltiples heridas y magulladuras, se reflejaba en sus dedos, ninguno de los cuales mantenía su forma, sino que más bien estaban montados unos sobre otros, apilados como troncos de madera. Ambas manos presentaban multitud de cicatrices, pero era en la mano izquierda dónde había algo que destacaba sobre todos sus rasgos. A pesar del vendaje que la cubría, se apreciaba que le faltaban los dedos meñique y anular.
El camastro sobre el que se postraba era una tabla de madera, adecentada con una tela doblada por la mitad, que hacía la vez de cubre y de sábana. Un montón de paja extremadamente seca le servía de colchón, y de ella asomaba algún retal de tela sucio por la sangre que había ido perdiendo. La sangre también había manchado casi toda su vestimenta, la cual estaba en gran parte al descubierto, pues la sábana no alcanzaba a cubrir toda su talla.
En su túnica blanca también se mostraban manchas de sangre, unas como costra ya negruzca, y  otras todavía frescas y de puro carmesí. Tanta sangre daba idea de la carnicería que tenía aquel hombre repartida por todo su débil cuerpo.
Mantenía una respiración fuerte y un ritmo cardiaco perfectamente acompasado, pero su cuerpo estaba casi inmóvil, salvo por un espasmo nervioso en su pierna izquierda, atravesada por una flecha desde la parte trasera del muslo hacia la parte delantera, asomando la punta por la rodilla.  Gracias a que la flecha seguía en la herida no se había desangrado aún pero, en cambio, una infección monstruosa le provocaba una terrible supuración, y presentaba necrosis desde la pantorrilla hasta el pie, todo lo cual tenía al descubierto haciendo las delicias de un puñado de moscas.
La habitación era amplia, construida de troncos de madera revestidos con mortero, muy limpia y despejada de muebles, y con un par de ventanales opuestos y orientados a este y oeste.
A la puerta se accedía por una escalera y, a su vez, la habitación tenía una escala de cuerda para acceder más arriba, a un altillo cuya trampilla estaba cerrada.
Además del camastro, en la habitación sólo había un viejo baúl con la tapa abierta, y un hato hecho con tela roja que, a juzgar por su volumen, no contenía mucho equipaje, y que estaba bien anudado con un trozo de cuerda de esparto.
Un poco más retirado, en el suelo, había una coraza dorada, con el peto y el espaldar desatados por un costado, dos brazaletes de cuero, unas sandalias, un casco y un gladio[2].
La puerta de la habitación estaba entornada y, al ser empujada desde fuera por un pie, se abrió por completo con un chirriar agudo y prolongado de sus tres bisagras. Por ella asomó una muchacha de no más de veinte años, con un cubo de madera lleno de agua y varios retales de lino.
La muchacha tenía el cabello ondulado, castaño, y le caía hasta mitad de la espalda. Su rostro era muy hermoso, con grandes ojos oscuros, y una piel muy blanca y brillante.
Se acercó hasta el hombre con cara de preocupación y lástima, que se transformó enseguida en sonrisa y alivio cuando comprobó que todavía respiraba.
Desde dentro del cubo de agua sobresalían unas pequeñas ramas con hojas verdes, muy abundantes, y que desprendían un intenso olor medicinal.
La muchacha vestía como una campesina, pero en sus gestos no había rudeza, sino  que se movía y trataba al paciente con extrema delicadeza.
      -¡Tío Tito! ¿Estás despierto? –le preguntó al herido, aún sabiendo que no lo estaba.
Se arrodilló junto a él, a la altura de su maltrecha rodilla y, con las cocidas hierbas del cubo y un retal hizo una cataplasma, la cual colocó con cuidado sobre la brutal herida de flecha. Pasados unos instantes en los que limpió todos los líquidos supurados, y se deshizo de las moscas, tocó la punta de flecha, y ésta se movió por la holgura de la carne desgarrada, entonces, aprovechando el estado inconsciente de su tío, no dudó en concentrarse para calcular el movimiento y estiró con perfecta precisión de la punta hacia fuera. Eran unos veinte centímetros entre hierro y madera, tras los cuales salieron otros tantos de coágulos ennegrecidos y apestosos. La herida, ya sin tapón, no dejaba de supurar y sangrar. La muchacha sumergió más trapos en aquel cubo y preparó un vendaje que cubrió toda la zona afectada.
Una vez hubo limpiado las heridas, recogió todo y volvió a salir de la habitación. Aquel pobre hombre seguiría inconsciente hasta el día siguiente.

La muchacha estuvo preparando, en la planta baja, otra habitación con mejores condiciones, para cuando se notase mejoría en el herido, y se pudiera trasladar sin peligro ni dificultad.
La habitación provisional que estaban utilizando no tenía suficientes comodidades para vigilar y cuidar a un enfermo, pues, aunque no era una mala estancia, sí era muy incómodo tener que subir y bajar tantas veces por la escalera. De momento habían pensado que arriba estaría más protegido en el caso de que lo hubieran perseguido sus atacantes, pero ahora estaban ya de camino los que lo tenían que proteger, y ya no habría lugar para un celo tan incómodo.
La casa no parecía un domicilio permanente sino, más bien, una casa de campo utilizada sólo en épocas de cosecha. Sus dimensiones eran considerables, pero no por su zona habitable, sino por un bellísimo atrio cargado de ornamentos florales y un pozo en su centro. Estaba rodeado por una arcada con columnas de estilo corintio, con sus hojas de acanto grandes y maravillosamente esculpidas. Entre las plantas y flores, rodeando al pozo, una docena de esculturas daban la sensación de compañía.
La casa estaba muy apartada de la vía y, de no ser casual, nadie que desconociese su ubicación tenía fácil llegar a ella. Rodeada por un frondoso pinar,  era casi imperceptible, tan sólo mostraba su posición la columna de humo que arrojaba su chimenea, disimulada entre la docena de columnas de humo de otras tantas casas de campo que se distribuían por aquel ancho paisaje de bosque y tierras de labor.
Comenzaba a refrescar la tarde, y la muchacha salió fuera de la casa, cogió unos tarugos y entró enseguida. Al momento, volvió a salir con una vasija de agua en la mano, rodeó la casa y apagó los rescoldos de una hoguera. Después, entró definitivamente en el edificio y subió otra vez a comprobar el estado del herido, al que encontró profundamente dormido. Se quedó un rato junto a él, sentada en el baúl, y cada poco se asomaba, con extrema ansiedad, a la ventana, para ver si llegaban los que esperaba.




[1] Nombre romano de Líria.
[2] Espada utilizada por el ejército romano, de un metro de largo y con hoja ancha de doble filo.

Mi Blog: Historiletras

Comienzo este blog con la ilusión de compartir mis aficiones por la Historia y la Literatura, y no sólo como autor, sino como amante de las mismas.
Desde mi experiencia como escritor, quiero ofreceros la lectura de mis obras, las cuales iré desmigando capítulo a capítulo para que podais disfrutarlas desde este espacio, y podais comentarlas conmigo.
Desde mi gusto por la Historia y la Literatura, este blog se irá llenando de entradas de contenido cultural, en esas líneas. Se incluirán mis aportaciones como colaborador de Arquehistoria, e intentaré ofreceros otros contenidos de calidad para todos los que gustamos de la Historia y las letras.
Os quiero dar la bienvendida a todos y cada uno de los que paseis por aquí (tanto si sois ninguno, como si llegáis a miles), pero que en cualquier caso, este blog es para mi satisfacción, y está a vuestra disposición.
Un saludo para todos.

Lynx Bellum. La trilogía de los Flavio Servilio

Más de veinte años después de escribir la primera línea del Libro I, ¡por fín!, di por finalizada la primera parte de la trilogía.
No supe que la obra constaría de tres libros hasta bien avanzado el primero. Pero, sin ninguna duda, el personaje principal que creé (Tito Flavio Servilio) daba para muchísimo más que su mero protagonismo en el primero de los tres volúmenes.
El Libro I, "El fin de la República", se fue fraguando minuto a minuto, después de haber estado diecinueve años en un cajón con aquella primera, y única frase.
No tardé ni una página en darme cuenta que aquello iba a ser "una de romanos", que narraría la caída de la República, y en la que tendrían que intervenir de manera determinante personajes y localizaciones de mi entorno. Fue, ni más ni menos, dar protagonismo dentro de ese capítulo tan importante de la Historia romana, a la región edetana, y a un edetano.
La figura ficticia de mi protagonista se relacionó con algunos de los personajes más importantes del siglo I a. de C., y fueron esas coincidencias las que enriquecieron tanto su vida y participación en la tardorrepública, que dediqué por completo el Libro II, "Las memorias de Tito", a su persona, variando la narración en tercera persona, a primera. De este modo, el Libro II me permitió profundizar al máximo en la figura de Tito,  desde su nacimiento hasta su final, argumentando su insólito "cursus honorum", y explicando de que manera fue capaz de convertirse en uno de los hombres más influyentes de su época, siempre al lado de su mejor amigo, Cayo Julio César.
Una vez cumplidos mis objetivos de escribir una novela histórica (El fin de la República), y haber finalizado una secuela (Las Memorias de Tito), esta segunda para completar la primera, ahora estoy inmerso en el mundo de la familia Flavio Servilio. El Libro III está siendo "mi novela histórica de verdad", pues la experiencia de escribir las dos anteriores, y el gran momento creativo que estoy disfrutando, estan consiguiendo que evolucione una obra muy sólida, a mi medida en cuanto a grandes dosis de aventura e Historia.
Ese Libro III narra trescientos años de los Flavio Servilio, su historia como familia romana, y su estrecha relación con los hombres más poderosos desde las guerras púnicas, hasta el siglo I d. de C.
Toda la saga "Lynx Bellum" (El lince de la guerra) es una enorme experiencia para este autor, que no sólo ha cumplido su sueño de escribir novela histórica, sino que ha aprendido a disfrutarla, para sí mismo, y para todos vosotros.