Lauro, junio del año 44 a.C.
Tito estaba inmóvil en su camastro. La muchacha, sentada al lado del
herido, daba cabezadas adormecida por el sopor que causaba la tranquilidad y el
silencio. En el altillo Sexto Petrus seguía sin dormirse y recordando el
pasado, en Telo Martius.
Telo Martius, febrero del año
56 a.C.
Se recordó junto a sus compañeros, llegados desde todos los frentes de
batalla y de múltiples provincias del imperio. Hablaban de sus respectivas
tierras, de sus mujeres, de las batallas vividas, de la vida militar y los años
de servicio. Hablaban de todo lo posible para no pensar en el desgraciado
incidente que condenó a muerte a su compañero.
Mientras, el Primus Milo ordenó que se presentase ante él al optio
equitum. Éste
era un oficial que, por sus pocas luces, no tenía muchas perspectivas de
ascender más militarmente. Por eso llamó la atención de Milo. Era perfecto para
utilizarlo sin arriesgar mucho en su plan. Se llamaba Aurelio Meno, y era una
auténtica nulidad como militar. Su condición de optio equitum le vino por
influencia de su centurión, que prefirió asignarle un puesto sin trabajo
físico, antes que tener que arrestarlo constantemente. Era un hombre pequeño,
física y mentalmente, y eso lo convertía en inmejorable para los planes de
Manius Milo.
-¡Optio,
siéntate! –le ordenó Milo.
-¡A tus
órdenes, Milo!
-Necesito
tu complicidad y lealtad. Tengo buenas perspectivas para ambos. ¿Hasta dónde
puedo contar con tu apoyo, Meno? –le preguntó Milo.
-¿De qué
se trata?
-Con
Cinnianus muerto soy, de facto, el nuevo Prefecto. César no podrá negarse de
ninguna manera a mi ascenso, pues he trazado un plan irrevocable. Con mi
ascenso podré nombrarte centurión para pasar a ser mi lugarteniente, amigo.
Ascenderás a centurión en breve, porque espero en breve que César me nombre
Prefecto, y heredar todos los honores que tenía reservados para su primo
Cinnianus. Entonces, recibirás el mando de éste acuartelamiento y abrirás las
puertas para alcanzar lo que nunca imaginaste.
-Ambicioso
proyecto tienes. ¿Cómo será posible? ¿Cómo atraerás sobre nosotros la gracia de
Julio César? –le contestó Meno, dudando.
-Tienes un
pequeño precio que pagarme, Meno. Jurarás que en nuestra ausencia de ayer
encontraste, sin tiempo para dar parte a Cinnianus, una confesión escrita que debes
preparar, del reo a un compañero
maldiciendo a Cinnianus, brindando por su muerte y proponiéndole un plan de
asesinato. Todo tiene sentido. La ejecución del infeliz será anunciada a César,
y él tendrá buena cuenta de nuestros servicios, primero por la ejecución de un
espía, y segundo por vengar la muerte de su primo.
-Pero…vas
a ejecutar a un milite, no a
dos. ¿Con qué compañero se supone que conspiraba? –preguntó Meno intentando
meterse de lleno en la maquinación.
-Está
perfectamente calculado. Escucha bien. En la emboscada que nos hicieron al
regresar de Massilia murió un legionario. –le dijo Milo casi riendo.
-¡No lo
entiendo!
-¡Por los
dioses! ¡Ambos serían los conspiradores!, ¿no lo entiendes? Pero… gracias a la
muerte de uno ayer, en la emboscada, ahora sólo tenemos el trabajo de
desprendernos del otro. Al reo no le daremos la opción de explicarse con nadie.
¡Ese legionario es perfecto para asumir la otra mitad de la culpa! Con tu
testimonio y el escrito no habrá lugar a ninguna sospecha. –sentenció Milo.
-Pero, ¿César
nos otorgará tanta distinción por ello?
-No duerme
creyendo en una rebelión en bloque de todo su ejército. Cualquier gesto de
lealtad lo toma como un mérito heroico, y premia a sus oficiales para ganar su
fidelidad, en mi presencia le ofreció a Cinnianus el cargo de pretor, y con él,
el mando de una legión. Yo lo asumiré en su lugar, y tú serás Prefecto. La
llegada de la Legión IX a las órdenes de Flavio hubiera supuesto mucha
incertidumbre para mi carrera, pero ahora, con la muerte de Cinnianus, hay huecos
que podemos cubrir nosotros, amigo.
-Cuenta
conmigo, ¡Acepto! –exclamó Meno, que con su ambición bien alimentada no tardó
en ser convencido.
Ambos se quedaron un rato más poniéndose de acuerdo sobre el fondo y
la forma de su terrible plan.
Con los recuerdos de Telo Martius, y sin llegar a dormir, finalizó el turno de guardia de la chica, que
se acercó a la trampilla del techo de la habitación, y subió al desván para
levantar a Sexto.
-¿Estás
despierto? Tienes que levantarte.
-Sí, ya
voy. No he podido dormir –se puso en pie, y se interesó por la chica-. ¿Cómo te
llamas muchacha?
-Flavia.
¿Y tú?
-Sexto.
-¿Llevas
muchos años a las órdenes de mi tío? –le volvió a preguntar ella señalando al
herido.
-Sí, unos
quince. Con sus malos momentos y con sus buenas anécdotas.
-Mi tío
es un gran hombre, seguro que debes apreciarlo. ¿Me contarías alguna anécdota?
–le preguntó Flavia, sentándose en el baúl arrimado a la pared, e intentando
crear ambiente familiar para Sexto.
-Claro.
Recuerdo cuando me reclutaron y me llevaron a Saguntum. Estábamos formados en
el patio de armas cuando hizo entrada tu tío, el legado Tito Flavio, a
supervisar el reclutamiento. Llegaron también dos legionarios con un cautivo
especial: un caballo. Un animal extraordinario, auténtico pura sangre hispano.
El caballo más espléndido que he visto en mi vida. Nadie conocía que era mío,
pero sí se fijaron todos en que no era del cuartel, que lo habían
capturado. El animal estuvo siguiéndome
hasta allí, donde fue visto y capturado.
Inquieto por verme y no poder liberarse de sus ataduras, y empezó a
relinchar brutalmente como si lo estuvieran matando. Tito, confiado en calmarlo
se acercó para acariciarlo, pero esto lo enfureció más todavía.
Tito desistió, y creyendo que sería divertido, nos lanzó un reto,
¡Quien consiga montarlo y dar dos vueltas al patio, se lo queda, y servirá a
Roma como équite! Era una oportunidad tentadora, los équites son el cuerpo
militar más prestigioso y sólo está al alcance de aquellos que pueden
pagárselo, pues siempre se ha reservado a nobles y es trampolín para carrera
política. Seguidamente se removieron una docena de voluntarios que se empujaban
por ser el primero en probar. Uno tras otro caían de él, y algunos no
conseguían ni montarlo. Mientras, Tito y yo nos divertíamos mucho, él esperando
a alguien que lo consiguiese, y yo esperando ver cuantos tontos iban a seguir
intentándolo. Finalmente no quedó ningún voluntario, y antes de que Tito dijera
una palabra, salí yo. “¡Permitidme probar!”, grité. A lo que él me hizo un
gesto con la mano invitándome a hacerlo, con la sonrisa de quien cree saber lo
que iba a ocurrir. Me acerqué sigiloso, y haciendo una gran pantomima, lo
acaricié y le di dos palmadas. Seguidamente lo monté y realicé las dos vueltas
al patio, al tiempo que recibía vítores por mi hazaña. Tito me felicitó y ordenó que me lo
asignaran. Yo conseguí reconocimiento, y nadie supo nunca que el caballo ya era
mío.
La muchacha se divirtió mucho con la anécdota, la cual logró crear
ambiente de proximidad y confianza entre ambos. Luego siguieron hablando un
buen rato, y Sexto le contó que tanto él como Vibio Baro, eran centuriones de
caballería, pero servían personalmente a Tito como centuriones pretorianos.
Tenían el mando de una turmae, que constaba de 30 équites, a su vez
dividida cada una en tres contubernos, comandadas por un decurión cada una.
No deseando entretener más a Flavia, la envió a descansar.
-Vete y
descansa tranquila. Si ocurre algo ya te aviso.
Flavia se fue a dormir sin decir ni una palabra
más y Sexto quedó junto a Tito haciéndole guardia, no acertando ni a permanecer
sentado ni de pie, sino que deambulaba por la estancia mostrando nerviosamente
su preocupación.
El Legado Tito, legado propretor de Hispania y Aquitania era un
personaje de inmensa talla e influencia. Su muerte era capaz de desencadenar
unos efectos realmente catastróficos, pues después del asesinato de Julio
César, él era una pieza clave para asegurar que la herencia del César recayera
sobre su sobrino Octaviano, y de su figura dependía buena parte de la cohesión
de los territorios occidentales.
A Tito le eran fieles varias legiones, y su muerte podría ser abono
perfecto para que se desencadenara una desbandada total, al perderse el control
en su área de influencia, alimentando el ansia de poder de los rivales de
Octaviano. En especial de los más poderosos, Marco Antonio y Lépido.
Por otro lado, Tito tenía también el reconocimiento del pueblo. Tanto
él como su hermano Quinto habían luchado junto a Sertorio por los derechos de
las provincias. Todo ello le confería un extraordinario poder político y
militar que podría haberlo enfrentado a Octaviano, Marco Antonio y Lépido en
búsqueda de su propia gloria personal. Todos conocían éste detalle, y por ese
mismo temor había sido llamado a consultas por Octaviano.
La espera de Sexto por la llegada de sus hombres iba a ser difícil.
Tenía el temor de que los atacantes de Tito llegaran a descubrir pronto su
ubicación, y ya pudieran estar cerca.
Vibio Baro llegó a la zona de acampada donde su turmae, y la de Sexto,
le esperaban.
Dos legionarios salieron a su encuentro, uno para recogerle el caballo
y el otro para recibir sus órdenes inmediatas.
Vibio se apeó y se dirigió directo a su puesto de mando.
-¡Legionario,
avisa a los decuriones de mi llegada y convocalos en mi tienda! –le dijo a uno
de ellos, girando la cabeza hacia él mientras caminaba.
Al momento, sus tres decuriones, y los tres de Sexto,
se presentaron en la tienda:
-¡Ave,
Vibio Baro! -le saludaron todos a la vez, y lo interrogaron-. ¿Lo has visto?
¿Está vivo? ¿Tienes órdenes?
-¡Ave!
Tito vive... al menos por el momento, pero está muy grave. No hemos podido
saber de su boca lo que aconteció en su visita a Roma, pero Octaviano lo mandó
escoltar, de vuelta, con su propia guardia pretoriana, y traía bastante
documentación que he de revisar. –les explicó Baro.
-Pero… ¡la
situación es muy peligrosa! ¿No deberíamos protegerlo con más hombres? –preguntó uno de los decuriones.
-Está
oculto en una cabaña de su hermano, y está al cuidado de su sobrina. Seguro que
fueran quienes fueran sus agresores, si queda en pie alguno, lo seguirán
buscando, pero dudo que lleguen a su escondite –dudó un momento de sus
palabras-. No obstante ordenaré a los hombres de Sexto que se dirijan a recogerlos,
y en cuanto Tito se recupere, ¡quieran los dioses que sea pronto!, que regresen
a Saguntum. –dijo Vibio Baro.
-¿Y bien,
Vibio, cuáles son tus órdenes?
-Al alba levantaremos el campamento y
volveremos a Saguntum. Pronto los oficiales de todas las legiones fieles a
Octaviano recibiremos las órdenes de Tito. Podéis marcharos. –ordenó Baro.
Cuando los seis decuriones abandonaron el puesto de mando, Baro se
sentó en su escritorio y abrió el pequeño cofre de madera con los documentos de
Tito, en los que se detallaban perfectamente los deseos de Octaviano de
consolidar el triunvirato en alianza con Lépido y Marco Antonio para no
desencadenar otra guerra civil, y de partir hacia Macedonia en busca de Bruto y
Casio, los asesinos de Julio César. Pero además, Vibio encontró las órdenes y
un documento que, de ninguna manera, esperaba.
Era una carta manuscrita por Milo, en la que se leía:
“De Manius Milo para Sexto Pompeyo.
Apreciado amigo,
Tu padre, el para siempre Pompeyo el Grande, y yo, sellamos una alianza
involuntaria e invisible, que el azar guió y que su muerte no ha invalidado. Su
ambición por erigirse dictador, aniquilando a Craso y a Julio César, la has
heredado tú contra Octaviano, Marco Antonio.
Te confieso, amigo, una parte de mi pasado que desconoces tú, al igual
que desconoce el mundo entero.
Asistí en Lucca a la reunión de Pompeyo, Craso y Julio César con el
Senado. Allí, por un millón de denarios, me uní a los intereses de Craso.
Nuestro plan oculto era renovar la imagen del triunvirato para no despertar
sospechas, al tiempo que acabar con tu padre y con Julio César buscando sus
descuidos. Todo en pro de un proyecto magno planeado con gran número de
Senadores: la consolidación de una república de optimates, con Craso como
dictador perpetuo, y yo con el control supremo del Senado.
Conspiré día a día de la mano de Craso, y con su dinero no me fue
difícil entrar en la política. Conocí a varios de los Senadores más influyentes
del partido de los optimates, y de esa relación nació un ardid perfecto para
darle ventaja a Craso en relación con sus dos adversarios: asesinar a Julia,
hija de César y esposa de Pompeyo el Grande, tu madrastra. Su asesinato era
elemento suficiente para terminar por distanciarlos para siempre, y más con su
rivalidad directa por conseguir la ambicionada condición de dictador. Craso,
por su parte, manteniéndose al margen de una guerra directa entre los otros,
tendría tiempo de ir aumentando su influencia. La muerte, por envenenamiento,
de Julia llegó en el momento menos sospechoso: en el parto de tu hermanastro,
quien también murió a los pocos días.
Los dioses retorcieron el destino y quisieron que Craso muriera en la
batalla de Carras. Para mí no supuso ningún trauma, Craso no hubiera podido
alimentar mis ambiciones porque tenía tantas para sí, que no le hubieran
alcanzado para repartirme.
Era hora de buscar otra alianza que me permitiera ayudar a exterminar
a los populares y me diera el poder del Senado. Mi trato con Craso me benefició
de su influencia por su pasado en los negocios y en su éxito militar contra la
rebelión de Espartaco. Ahora yo tenía que sustituir el hueco dejado por él.
Con la inmensa fortuna que me entregó no me fue difícil inmiscuirme en
los proyectos de los optimates para buscar la caída definitiva de los populares
y de Julio César, en particular y, en prioridad absoluta. Desde la sombra
estaba protegido y, a la vez, guiaba los discursos de los optimates. De ésta
manera influí para incrementar los poderes de tu padre y que la Guerra Civil
fuera inevitable. Después de la derrota de Farsalia, y muerto tu padre en
Egipto, solo restaba la muerte de Julio César para la completa renovación del
poder de Roma. Conseguiríamos, sin César, la aniquilación de todos los
populares y un nuevo orden político, sólo de optimates. La herencia de César ha
resultado ser tan suculenta que le surgen sucesores que pretenden perpetuar sus
objetivos de aniquilar al Senado. Ahora está todo preparado para que tú, Sexto
Pompeyo, pactes con Lépido un reparto de poder. No tengas en cuenta la
rivalidad de vuestros padres, y aprovecha su posición para hacerte fuerte.
Hay que conseguir que el testamento de César nunca recaiga ni sobre
Marco Antonio, ni sobre su sobrino Octavio
.
Influí en Bruto y Casio Longino para urdir y ejecutar el asesinato de
César, y así lo hicimos según lo planeado, pero difamamos el nombre de Tito
para que llegara a Octavio el rumor de que estaba, de lleno, metido en la
conspiración.
Muerto el dictador, Roma estaba ya lista para ser heredada. ¿Por
quién? ¿Marco Antonio, Marco Emilio Lépido, Octaviano, o… por ti?
Octaviano les ofrece un triunvirato que no podemos consentir. Su
triunfo es la muerte de la República. Todo está listo para que una alianza
entre Lépido y tú termine triunfando y destruya toda posibilidad de dictadura
de Antonio u Octavio. Otra guerra civil estallará y, en ésta, no cometeremos
los errores anteriores, ni los míos, ni los de tu padre. Mantén, junto a
Lépido, una posición neutral. Acaparar fuerzas para buscar el mejor momento de
debilidad entre Antonio y Octaviano y, sólo entonces, entraremos con nuestras
legiones en Roma. ¡Roma será por siempre
una República de optimates!
Ahora, descubierta mi obra, reclamo tu reconocimiento. Pero todavía
quedan enemigos que derrotar.
Tu padre luchó en Hispania contra Sertorio y contra alguien que puede
hacer que nuestro plan se derrumbe: Tito Flavio.
Tito, Legado de Roma y Gobernador de dos de las más importantes
provincias occidentales, es fiel a
Octavio como lo fue a su tío Julio. Tiene influencia sobre todas las legiones
occidentales, y es hermano de Quinto, e hijo de Marco Flavio, lugarteniente de
Sertorio.
Con su muerte se romperá el nexo de unión entre todo el ejército
occidental y se nos abrirá un pasillo directo a Roma. Busca la neutralidad con
los triunviros, pero absorbe las fuerzas que deje Tito Flavio.
Octaviano y Marco Antonio parten hacia Macedonia en persecución de
Casio y Bruto, por el asesinato de César. He sembrado el rumor de que Tito
estaba implicado en la conspiración, y
Octaviano lo ha reclamado. Tito ha acudido, de incógnito, a su llamada, y yo,
con mi legión de mercenarios lo he interceptado para ofrecerte su cabeza. ¡Ahí
tienes lo que queda del enemigo de tu padre!
Alejados Marco Antonio y Octaviano, y muerto Tito, sólo tienes que
barrer toda resistencia desde Hispania y lograr una alianza con Lépido. Pacta
con Lépido ya, aprovecha la situación, tiempo habrá de hacernos cargo de él
cuando triunfemos.
Si juegas bien, amigo: El Imperio es tuyo, y Roma, mía.
Firmado: Manius Milo”
-¡Por todos los dioses! ¡Milo, canalla! –exclamó Vibio Baro en voz
alta, de manera irreprimible.
Vibio supo que Tito era más necesario ahora que nunca. ¡Precisamente
ahora, que estaba en peligro de muerte! Por lo menos, tenían una baza: Tito
había interceptado la carta de Milo a Pompeyo, y les daba cierto tiempo para
planear los movimientos. Había algo que podía inclinar la balanza, y era el
respeto mutuo entre Tito y Lépido. Los planes de Milo no fructificarían
mientras él estuviera con vida. Con su muerte, Lépido podría girar como una
veleta.
El cansancio pudo con Vibio, leyó las órdenes que Tito había incluido
entre sus documentos, y desfalleció. El día siguiente había que empezar a
diseñar y poner en marcha un asombroso plan.